Ella toma el pasado en sus manos y lo agita hasta verlo desangrar. El desangre no importa si tienes fe en el momento, en el instante en que las sábanas son lechos de arena y el cielo nubes de polvo. Ella agita e introduce su dulce pasado para exorcizarse, para victimizarse por esos tabúes adquiridos, nunca bienamados y siempre adoloridos; ella agita e introduce su dulce pasado como una forma maldita de evocar su presente y su fe en las paredes viejas, los olores de madrugada y los bailes pegajosos; ella agita e introduce su dulce pasado para metamorfosearse en una libélula que recoge mieles con retóricas estúpidas y sabor de agrio vino y gemidos adelantados, como luna de primavera, como loba contra la timidez; ella se agita y se introduce en un cosmos para reconocerse con luz propia de vicios compartidos; ella se agita sin premura y se introduce con violencia en movimientos que imitan a los cuervos en busca de presa. Alimento de tardes tristes, memorias de pasados polvorientos y sol cegador. He victimizado mi piel dorada, mis testículos de acero y mis ojos de lagartija al sol para verla agitar e introducirse en ella misma en un narcisista acto de eliminación de fronteras definibles que se torna en suspiros de bruma, espanto, y también piel, uñas y poros abiertos. Como cuando camino a tu casa, mientras atravieso la ciudad para verte, pienso que me gusta… pese a que tu náusea y tu falta de fe me oprimen, pese a que tus confesiones al respecto me resultan terribles, fatales, inicuas; insanos atentados contra mi fragilidad; me gusta el vértigo de muerte que inyectas a la vida; te espero, sin embargo, no llegas.
Llegas tarde. Te espero aterida en la esquina de Canevaro, en la bocacalle donde hay un semáforo, y tres esquinas anónimas, deslucidas, que con sus muros oscuros y sus casas en penumbras, me sirven de referencia. Te espero en Canevaro, el lugar donde si alguien me lo hubiera mencionado el mismo mes del año pasado, lo hubiera fácilmente confundido con un penal. Y algo que no alcanzo a descubrir brilla en tus ojos cuando tocamos un nervio. Algo se libera en ti, algo que aliviana tu insano dolor. Llena de mentiras, falso confort, tremebundas y caprichosas razones, miedos petrificados por espanto y lleno de lugares comunes están hechos tu materia gris. No hay herramientas a disposición, sin dolor no hay salvación, sin salvación no hay razón para seguir, y sin razones para seguir hay mucho acomodo en perfumes, máscaras, estridencia y folclor bohémico.
Inoportuno, me aferro al silencio, y soy el espectador involuntario de aquella bochornosa noche que parecía ser solo una más entre tantas de nicotinas y vinos baratos, fundidos entre lenguajes musicales y orales. Escuchar fue traducir y procesar aquellas imágenes mórbidas; una habitación oscura, paredes blancas, un cuadro sin marco; objeto vinculante: una cama para tres personas. A punto de dormir, algo me aterrizó a la vigilia: sonidos táctiles, roces friccionados y lúbricos de tiempos rítmicos y maratónicos; a centímetros de distancia en la que me encontraba, estaban tirando un polvo.
Ese tu caos que devela un mundo de flojas ataduras, de efectos absurdos y de promesas inciertas. Ese tu caos es el que me da terror y, paradójicamente, me otorga un sentimiento de libertad, de peligrosa libertad y también de desamparo absoluto. Esa manera tan tuya de asumir las circunstancias con insoportable estoicismo, esos arrebatos de amargura y rebeldía. Me gusta tu sentido del caos en el que nadas con total soltura, el caos que descompone las cosas en las que yo jamás he creído con convicción pero sí con mucha esperanza.
Pero te espero en la esquina, justo donde va a parar la diminuta y agrandada combi, con todos sus pasajeros incómodos pero cómplices. Te espero, otros también esperan. He intentado encender el cigarro, después de cinco intentos al fin lo he logrado. Un taxista me toca el claxon: me confunde con una puta o me enamora. No importa. Tu verdad es revelada como mentitas que uno lleva a la boca por reflejo, sin pensarlo dos veces y sin esperar compresión de largo plazo. No te importa, tus aflicciones han tomado otros caminos ya incrustados en tus manos, gestos, en tu lenguaje. No importa. La verdad está en otro lado, no lo sabes, ni te importa. Tu refugio toma aires enrarecidos, subterfugios de avenidas del centro de Lima, barajas con caparazón. No importa. El daño que importa está tan incrustado en un resquicio solitario y que aflora en tu ducha, en el techo, en los días en que abrazas tus libros, que caminas a paso decidido en busca del minuto que vendrá. No importa el desengaño, la sinrazón, la fe opiácea, las fotocopias sin anillar, o esos sueños muertos en otros tiempos, en otros brazos, en otros catres donde anidas liendres. No importa. Llegarás tarde. El puto cigarro se acabó en un abrir y cerrar de ojos, busco otro.
Y pienso que tal vez la literatura sea una forma de descubrirte; es decir, descubrirnos. En efecto, la literatura puede ser una tabla de salvación, una forma de soliloquio, o evasión, o búsqueda de otra paz. Difícilmente los guitarreos desafinados, largos y poderosos, y los teclados zumbantes puedan cumplir esa función exorcisante. La paz llega con esfuerzo: soledad, entrega y paciencia. Tal vez la literatura nos exija un poco eso, a veces de tanto pensarlo seamos víctimas de otra forma de vicio.
Tu pasión y tu dolor, lastiman, me lastiman. Esas sinceras concesiones que crees darme --nunca la sinceridad me supo tan amarga--. Qué son esas concesiones sino pequeñas muestras de un egoísmo grande y generoso, ridículamente magnánimo. Hacerme la loca para no interrumpir un momento inoportuno. Y suspirar una vez más cobardemente. Y qué son esas palabras de vulgar ternura al calor del sexo, qué son, sino pobres gestos de ternura. Y esa prudencia, ese silencio, que impones sin pedirlo con un gesto hosco ante cualquier muestra de cariño. Y esos otros gestos de agresividad, qué son, sino empeños inútiles por buscar una señal, esa que nos libre finalmente. ¿Llegará esa señal?, ¿llegó para alguien alguna vez?, ¿qué sendero nos está vedado o con qué mismos ojos seguimos cegados? Mis ojos te tocan desde lejos y temo ser más torpe y bruto de lo que ya soy, pero no me da miedo porque te cierto cercana y tenemos una confianza que violamos con cariño. La virtud de los desposeídos es hermosa. Mis ojos te tocan desde lejos y nos hermanamos en alguna calle de esta gran ciudad con algo de vino barato, largas y retóricas conversaciones, y esa esperanza ilusa de los mudos con corazón.
En el baño, a tres metros de distancia, las resonancias y gemidos se hicieron más excitantes y acalorados. El tiempo pasó, llenos de impotencia; me entenderán aquellos que de polvo solo conservamos los cremados cofres de las desilusiones. Pero bienaventurados los jóvenes de risas complacientes. Son bocinas del tráfico bohemio, es la luz verde del semáforo gris. Ríes como abrazándome, yo te abrazo como negándote, ella me niega como acercándome, yo me acerco para escucharte otra vez reír y ver la luz del otro lado de la luna.
Traes esa excitación nerviosa que también me pone nerviosa, tan tuya, esa confusión desenfrenada que parece como si todas las fuerzas del mundo pugnaran en tu cabeza y no encontraran mejor escape que enredarse en tu conversación, monólogo neurótico, y yo enredarme contigo.
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